El trabajo de Alexander McQueen es un diálogo permanente que reúne fuerzas opuestas, como vanguardia y tradición. La inconformidad social propia de su generación fue representada con fuerza en un trabajo conceptual y performático. Su carrera comienza en el taller de sastrería de Anderson & Sheppard Ltd, donde aprende el oficio relacionado a la vestimenta masculina. Más tarde su incursión en la casa de alta costura Givenchy le permitió moldear una dialéctica entre la producción de piezas de confección exquisita y la cultura de los noventa. Esta experiencia amplió su lenguaje material, adoptando recursos como la fluidez de las telas y alejándose de la rigidez que antes lo caracterizaba.
Su imagen controversial lo acompañó toda su carrera, hasta identificarse a sí mismo como un vago que utiliza la aguja. Sus colecciones se caracterizan por la exploración de la feminidad, sin limitarse a expresarla como un símbolo de sensualidad y belleza; McQueen formalmente utiliza el cuerpo femenino para comunicar temas como el sometimiento de una cultura, la agresión humana hacia la naturaleza y la delgada división entre lo privado y lo público. Muestra de ello fue su célebre colección de 1995 Highland Rape, en la cual realiza una denuncia histórica hacia la violencia colonial a partir del cuerpo femenino violentado y cubierto por prendas desgarradas.
La exploración de técnicas en la producción de materiales implicó desarrollar un taller especializado en software para la impresión sobre textil. Es tan minuciosa su producción que el resultado caleidoscópico de las imágenes sobre los volúmenes de los vestidos es un trabajo de ingeniería innovador.
Su trabajo se encuentra fuertemente ligado a su personalidad. Provocador y romántico, McQueen era un amalgama de fuerzas que detonaban su poder creativo. Su carcajada venía acompañada de una celebración por la vida. Sin embargo, conforme su carrera avanzaba se dedicó a mostrar emociones que no pertenecen a lugares felices, reflejo de una paranoia que lo persiguió hasta el final.