La Colección Ashida Cueto encuentra su origen en la visión aguda, libre e inteligente de Carlos Ashida, perspectiva que fue compartida durante una vida de compromiso y pasión por el arte.
Debido a la cantidad de historias que se entretejen en este acervo, que ha descubierto y albergado muchos ejemplares del talento existente dentro de la cultura en México, su revisión se ha convertido en una labor continua con grandes posibilidades creativas e interpretativas.
Su razón de ser apela, ciertamente, a las diversas razones, circunstancias y momentos en las que las piezas han sido adquiridas, pero también a la carga simbólica que conservan las obras en su propio contenido para ser releídas en el contexto actual y, por supuesto, a la relevancia que pueden tener como un cuerpo colectivo para comprender el arte contemporáneo de los años ochenta y noventa en México.
En este contexto, La náusea representa una pequeña muestra de la colección cuya narrativa trata de dar un vistazo a la vida, muchas veces angustiante y desesperada, en la que estamos inmersos, en donde la perversidad mora entre el cinismo y la hipocresía, cosa que pareciera no haber cambiado en los 20 años que nos separan de la fecha de creación de algunas piezas.
Si bien la obra de Sartre, a la que alude el título de la exposición, fue escrita hace ya más de 70 años, parecería que las preocupaciones e inquietudes del ser humano siguen siendo muy parecidas.
Como entonces, los tiempos que corren se perciben desalentadores, la violencia latente en el aire nos ha llevado a una renovada conciencia sobre la importancia de la unión, pero la velocidad de la comunicación y el imperio delirante de las opiniones facilitado por medios de comunicación cada vez más veloces y al alcance de cualquiera, nos llevan a cuestionar la profundidad y el alcance que pueden alcanzar estas preocupaciones.
Hoy, cuando estamos amenazados por la banalidad del mal que asoma su roja nariz en las redes sociales y pretende gobernar el mundo desde una cuenta de Twitter, el ataque desde el exterior nos pica el orgullo y nos hace hinchar el pecho y declararnos defensores incondicionales de nuestra mexicanidad. Sin embargo, ¿realmente estamos dispuestos a echar una mirada escrupulosa a nuestro interior?
El vacío existencial de una vida colmada de hábitos y costumbres que parecen perder sentido, en donde para ser parte de la sociedad se requiere acatar sin discutir normas y reglas de conducta que permitan la estabilidad de este gran organismo, sigue azotando a ciertos individuos que quizá por tener una sensibilidad más aguda sienten que viven en un mundo extraño. Esta conciencia de la realidad es más una pesadilla que un privilegio, pues los lleva a un alejamiento de todo y de todos los que los rodean, al punto de llegar a experimentar, como Antoine Roquentin, el protagonista de la novela, una sensación de repulsión, una náusea ante la sola idea de la vida.
Con esta premisa, no es casualidad que la pieza central de esta muestra sea una obra de Germán Venegas, Aquelarre, alto relieve realizado en 1990 en donde figuras que se encuentran a medio camino entre la vida y la muerte, surgen de manera casi natural de las formas del tronco que las contuvo durante su larga existencia. Esta visión muestra “la vida en sus más lúgubres colores” pero también da inicio a una reflexión, compartida por todos los artistas presentes en la exposición, sobre el valor de la observación de este mundo y de sus habitantes en sus formas más vulnerables, en sus debilidades, miedos y deseos más oscuros, en fin, en la vivencia de lo que nos hace imperfectamente humanos, lugar en el que, no obstante, nos aferramos a vislumbrar un rayo de esperanza.
Así pues, como Roquentin guardaba minuciosamente sus palabras en un intento de magnificar los hechos a su alrededor, los artistas agrupados en La náusea sobrepasan la imposición de los prejuicios éticos creados sobre las imágenes para conformar una especie de diario en donde la obscenidad, la violencia, la muerte, el erotismo, el miedo, se conjugan entre lo visceral y lo racional para tratar de evitar que la costumbre de vivir acabe con su propia vida.
Mónica Ashida