Estudio abierto #5 – Zea Mays | Gabriel Rico y Luis Alfonso Villalobos

Del 6 de marzo al 12 de julio, 2015

 

Apéndice EA5:

Ignacio Aguirre / Manuel Álvarez Bravo / Fritzia Irizar / Gabriel Kuri / Rubén Mora Gálvez / Gerardo Murillo, Dr. Atl / Kiyoshi Niiyama / Ana Luisa Rébora / Pedro Reyes / Maruch Sántiz Gómez / Francisco Ugarte / Edward Weston

 

 

 

Sobre el proyecto
Zapopan, alguna vez conocido como villa maicera, es uno de los municipios más productivos de maíz en el país. Para los artistas invitados a EA5, Zapopan es el detonador para construir un proyecto que investiga la relación del ser humano con el maíz.

 

A razón de las controversias asociadas a este alimento (el incremento de su producción a nivel mundial, la aplicación irregular de biotecnología y el control corporativo sobre el campo mexicano) el estado de alerta se ha generalizado en la sociedad. Zea Mays, un proyecto de Gabriel Rico y Luis Alfonso Villalobos, apuesta por la memoria desde la conservación y protección del legado cultural.

 

A partir del análisis de la producción de maíz en el siglo XX los artistas han fabricado una instalación en la que las estadísticas le han dado forma a un colgante integrado por láminas de una película bio-plástica, compostable y fabricada a partir de enzimas derivadas del maíz. Este material transparente y resistente se extiende a partir de la información recabada e interpretada a escala, en una relación de millones de toneladas a centímetros. Esta gráfica es acompañada por una decena de gofrados que contribuyen a construir una iconografía de hechos relacionados a la historia económica del maíz.

 

En otra parte de la exhibición los artistas han instalado dos vitrinas que mediante la yuxtaposición de un muestreo de mazorcas de maíces criollos y recipientes con diferentes tipos de combustibles y otros derivados del maíz articulan un vínculo entre naturaleza y tecnología.

 

Como parte de su trabajo en proceso, Gabriel Rico y Luis Alfonso Villalobos, han intervenido la terraza frente de la sala de proyectos, un área que ha permanecido aislada y que se ha aprovechado para construir un sembradío temporal. Este espacio se propone como una instalación sonora donde es posible escuchar una frecuencia que estimula en las plantas la aceleración de la división mitótica, la generación de protoplasma y el crecimiento de la hormona etilena, con base en las investigaciones de Rich Marini y Dorothy Retallack.

 

En el camino a dicha parcela se encuentra instalado un grupo de peldaños indexados con conceptos del alimento y su repercusión social. Este glosario será registrado para producir grabados sobre papel elaborado con los restos del maizal. En una actitud sustentable, los artistas cultivarán su propio soporte.

 

Zea Mays

La planta que conocemos como maíz tiene como nombre científico Zea Mays. Zea viene de Zeiá voz de origen griego que significa cereal, y mays del taíno mahis.

 

Fue Carlos Linneo, botánico y viajero sueco, quien en el siglo XVIII le dio a la planta el nombre de Zea Mays. Actualmente se conocen hasta sesenta variedades que difieren por la forma, tamaño y color del grano. Se cree que el origen del maíz es el norte de América, específicamente Mesoamérica y que un tipo de maíz primitivo se consumía desde hace 7 mil años. Lo más probable es que el teosinte (en náhuatl “semilla de Dios”) es el ancestro del maíz actual .

 

La planta en náhuatl es llamada tlayol o tlayolli y su uso como principal alimento ha sido una constante en la historia de México hasta la década de los años cincuenta del siglo pasado. El maíz no sólo ha representado por siglos la supervivencia de millones de mexicanos, también ha sido una parte primordial en la cosmogonía de los pueblos indígenas que ha determinado, según los ciclos agrícolas y características de la planta, su relación con la tierra, y una forma de concebir el tiempo y ritmo particulares. En la actualidad usos y costumbres siguen subsistiendo en el campo en torno al sistema de la milpa en contraste con los tiempos, métodos y rigores de la producción industrializada y las reglas del libre mercado.

 

En la Nueva España para la mayor parte de la población el alimento diario en las tres comidas era el maíz. Por ejemplo en 1803 según Humboldt los grupos formados por indios, mestizos, mulatos y “castas” representaban poco más del 50% de la población total de la Ciudad de México: sumaban 69,500 contra 67, 500 blancos o sea criollos y españoles. Esas 60 a 70 mil bocas dependían del maíz preparado de diferentes maneras como tortilla, atole, tamales, tostado o hervido, hecho polvo para pinole, etc., no obstante se les trató de inculcar la dieta europea.

 

En la época independiente los impulsos por alejar a los indios del maíz continuaron. El discurso intelectual porfiriano echaba mano de diferentes teorías para explicar el retraso de México y los obstáculos para alcanzar los modelos europeos de “civilidad y modernidad”. En 1899 Francisco Bulnes atribuía este retraso a una combinación entre la debilidad indígena y el conservadurismo ibérico. Explicaba la debilidad de los nativos dividiendo a la humanidad en tres ramas: los pueblos del maíz, los del trigo y los del arroz, y llegaba a la conclusión de que “la raza del trigo es la única verdaderamente progresista” y que “el maíz ha sido el eterno pacificador de las razas indígenas americanas y el fundador de su repulsión para civilizarse”. Influenciados por el positivismo los “científicos” se adhirieron a las teorías nutricionales como explicación de la “ineptitud indígena”. Hubo quienes como Manuel Gamio denunciaron a Bulnes como racista, aunque se esforzó desde el Instituto Nacional Indigenista por reemplazar el maíz por soya.

 

Las explicaciones nutricionales del subdesarrollo económico eran preferidas por las élites mexicanas a los planteamientos de los “científicos sociales” de Europa y Estados Unidos que señalaban una inferioridad biológica para explicar la naturaleza poco productiva de los pueblos indígenas. Los recién llegados del campo solían tener grandes dificultades para adaptarse a las demandas de la industria acostumbrados al ritmo individual de la sociedad agraria. Las élites reconocían que eran parte sustancial y permanente de la población y preferían buscar la manera de redimirlos sobre todo por medio de matrimonios con europeos para incorporarlos en la vida nacional (no era necesario ser europeo, bastaba actuar, comer y vivir como europeo). Vicente Riva Palacio llegó incluso a sugerir que los indios con su escasez de vello facial y su falta de muelas del juicio, habían entrado en una etapa de desarrollo superior a los europeos. Otra solución que se propuso para el problema indígena era la educación universal: en los años de 1880 Justo Sierra encabezó una campaña para hacer obligatoria la educación primaria de todos los niños mexicanos.

 

Décadas de lucha revolucionaria contribuyeron al crecimiento de la unidad nacional, los gobiernos revolucionarios reemplazaron la exclusión con una política inclusionista de indigenismo, exaltando a los indios como miembros importantes de la nación. Se hicieron programas masivos de escuelas rurales y apostaron por el fervor patriótico como fuente de entusiasmo que integrara finalmente al componente mexicano.

 

Cuando en los años cuarenta los investigadores analizaron finalmente la dieta del país, descubrieron que el maíz y el trigo eran prácticamente intercambiables, y que la desnutrición rural era consecuencia no de la inferioridad de la tortilla sino de la pobreza y falta de tierra que hacían imposible el tener una dieta balanceada.

 

Viviana Kuri